dimecres, 12 de novembre del 2008

Yo no tengo moral, tengo cultura

Soy de pueblo y tengo una cultura de pueblo. Aunque me he criado en la ciudad, me he ido desprendiendo, con tiempo y esfuerzo, me he ido desprendiendo de todas aquellas anormalidades que la vida en vertical ha trazado en nosotros. Antes, cuando no existían medios materiales y la mayoría de las casa seran bajas, las gentes salíamos a la calle con normalidad a charlar, sacando nuestra silla a la calle, comiendo y bebiendo en la calle. Hoy día, estas actividades se consideran contrarias a la convivencia. Es una soberana estupidez de la que sólo puede ser artífice el precedente del régimen orwelliano, aunque el color de su collar sea el más bonito del mundo. La vida en aislamiento que nos impone la arquitectura urbana no hace más que originar problemas de convivencia, puesto que no se comparte, no se conversa, no se intercambian opiniones y, en definitiva, no se puede entender la sociedad tal y como es.

El modelo de moral, primero impuesto por la religión y, ahora, por los poderes públicos al ritmo del adagio “orden público” traza una línea de positivismo (en el sentido filosófico-normativo) en nuestras vidas diciéndonos lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer, aunque vaya en contra de nuestra propia naturaleza y origine, ipso facto, distorsiones evidentes en nuestra forma de pensar y comportarnos. El orden impuesto no es viable porque niega nuestra parte animal, la racionalidad absoluta, además de constituir un imposible, no nos llevarà a la utopía, puesto que el ser humano es animal y el animal también forma parte de nuestras decisiones... y el animal, como animal que es, se equivoca, mucho y frecuentemente de forma grave.

Una concepción más cercana a nuestra naturaleza humana y animal es la de comprender las cosas, incluso los conflictos, como elementos intrínsecos de la cultura humana que se genera en la sociabilidad (renunciamos a la soledad para obtener mayores beneficios), en el devenir de las cosas. El refranero popular da bastantes ejemplos que se reiteran una y otra vez y que las leyes no pueden cambiar: la primera norma sociológica del derecho es la de “hecha la ley, hecha la trampa”. Los que nos hemos criado de la mano de una generación criada en el pueblo y que crecimos antes de que el cosmopolitismo se apoderara de nuestro presente, incluso en medio de la transición, bien sabemos que las normas no pueden parar la avaricia humana, y todo lo que conforma nuestra naturaleza humana (50% razón, 50% instinto), y que sólo el aprendizaje colectivo de las situaciones que nos envuelven pueden salvarnos de esos pequeños sinsabores que nos da la vida, que sólo con el conocimiento podemos aprender a dominar los impulsos que hacen la vida más insufrible y a asumir el instinto con cautela pero sin ceguera, sin prisa pero sin calma. Por estos motivos yo no tengo moral, tengo cultura

1 comentari:

Unknown ha dit...
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