Hoy día, la censura ya no tiene apenas justificación, ya se ha doblegado esta técnica de dominación hasta la saciedad y no sin razón. Sin embargo, entender por qué se ha producido puede ayudarnos a no repetir siglos y siglos de estúpidos silencios o entender algunos de nuestros comportamientos que se acercan a la censura, aunque éticamente los podamos considerar justos.
Existe en derecho penal una figura denominada 'provocación', que opera para atenuar penas en algunos delitos(*). Está claro que para ser contemplada, la intensidad de la provocación tiene que ser de la entidad suficiente como para enajenar a una persona. Si alguna vez te has sentido extraño justificando el cabezazo de Zidane a Materazzi es porque tienes interiorizado el principio de la provocación. Cuando alguien irrita a otro, aunque sólo sea de palabra, despierta el instinto animal que llevamos dentro y se produce el acto de violencia. En el caso citado la idiosincrasia italiana y nuestra propia subjetividad ayuda a no sentirnos culpables por justificar el cabezazo, pero hay algo más: Materazzi no tenía ninguna necesidad de insultar a Zidane cuando de lo que se trataba era de hacer circular un pedazo de cuero por un campo de césped. Y Materazzi se pasó, irritó a Zidane con una provocación idonea, esto es, aplicada en esa persona, consiguió el objetivo que perseguía: la reacción violenta de Zidane y su posterior expulsión. Si el árbitro hubiera sabido algo de derecho penal y de derecho administrativo, tal vez los hubiera expulsado a ambos, o sólo a Materazzi, puesto que sin la provocación no habría habido acto de violencia.
Algo así es también lo que pasó con las viñetas de Mahoma, pero a la inversa, porque no hubo censura. Eran de un carácter claramente provocador, lo cual se acabó saldando con disturbios en varios puntos del planeta. La única revista de humor que se salió de la lógica solidaria de las revistas satíricas (que publicaron caricaturas de mahoma por doquier) fue el Jueves, con una portada que tal vez nadie entendió. A mi me demostraron la diferencia entre autocensura y autolimitación. La autocensura habría sido dejar de dibujar a Mahoma (cosa que el Jueves lleva tiempo haciendo y se ha convertido en una sana costumbre que no abandonarán). La libertad de expresión es para hacer pensar, para cuestionar, no para dar la ocasión a un fanático descelebrado de derrochar adrenalina, y cuando esa es la reacción que va a causar tu viñeta, tú eres responsable de tus actos, también. La autolimitación es el equilibrio que nos permite ser libres en responsabilidad, sin coartar la libertad ajena, cosa que no sucede con la autocensura, que podría equipararse a sumisión.
Detrás de la censura está este argumento que acabamos de exponer. El Estado aplica la censura porque es el Estado y sólo él el detentor de la facultad de aplicar la violencia. Si permitiera toda la gama de expresiones existentes, los particulares, que siempre son algo irascibles, la emprenderían violentamente contra el otro particular y eso el Estado no puede permitirlo. Por eso, para evitar la violencia entre particulares corta de raíz y aplica la censura. Además, también es el intérprete del difuso concepto de orden público, que es lo que a la postre lo lleva por el camino de la amargura, puesto que es un concepto ficticio, como el de moral, y que se puede poner al servicio de cualquier grupo o grupúscolo, como los que ocupan el poder.
Aunque cuando hablamos de censura pensamos en los libros prohibidos, hay que tener en cuenta que hay muchas expresiones censuradas hoy día, desde las más comprensibles hasta las más pasadas de moda, y en medio, una amplia gama de casos dudosos. La apología del fascismo se prohibe en algunos estados aunque no en todos, así como la justificación y enaltecimiento de la pedofilia o de la lucha armada, por poneralgunos ejemplos. Hay otras expresiones que también están perseguidas y cuya ilicitud es más cuestionable, como el libro de cocina del anarquista, o una guía de canibalismo, pongamos por caso. Y hay casos en los que la censura ya no tiene sentido; los delitos contra el honor, por ejemplo, son ya residuos del concepto de moral de las sociedades occidentales. Y sin embargo, llamar gilipollas a Ramoncín sigue siendo un ilícito civil, cuando de largo sabemos que esa expresión banal no afecta a su honra pública (que, por cierto, dudamos que tenga). De hecho, no estamos ante una expresión suficiente (o idonea) como para provocar una reacción violenta por parte del afectado, o al menos, nos podemos permitir dudarlo. De ahí que las sentencias alasbarricadas.org, frikipedia e internautas.org nos puedan parecer desacertadas, pues son actos de censura innecesarios para la manutención del 'orden social'. De hecho, por su desproporcionalidad levantaron las iras del público afectado que la emprendió a golpe de piedra contra el susodicho en el Viñarrock de 2006, y aquí aparece un rizo del rizo, o un bucle sin fin. Las 'autoridades', totalmente desconectadas de la sociedad consideran antisocial este insulto menor y lo censuran, cuando se trata de una expresión normalizada en el lenguaje social y que no desata ira ni violencia ni estigma social. Y aquí subyace el trasfondo político de la sentencia: la casta judicial eleva el concepto de honor con el único objetivo de condenar al foro de anarquistas, al precio que sea (y es que hasta eso es arbitrario, porque no fueron los gestores del foro los que profirieron el 'insulto' al demandante, sino uno de sus participantes, pero se les condenó por no retirar los contenidos a petición de Ramoncín, pues sólo lo hicieron a petición del juez, bajo amenaza de incurrir en desobediencia). En consecuencia, el estrabismo social de la casta judicial no solamente intentó censurar una expresión corriente de la cultura popular (cosa que no consiguieron, puesto que el mensaje se redifundió hasta la saciedad), sino que consiguió levantar las iras del pueblo, que nunca entendió la gravedad del asunto, y respondió a la provocación de Ramoncín (con su incansable, cansina e incomprensible hazaña judicial) a pedradas.
Por todos estos motivos, la censura siempre ha tenido mala prensa, porque es un arma al servicio de la arbitrariedad, la aplique un particular (véase el caso credit services) o la aplique cualquiera de los poderes del Estado. De este modo, la irracionalidad de la acción del Estado, amparándose en un modo de evitar la violencia, la acaba provocando, en el peor de los casos. En el mejor de los casos, la incomprensión popular ante actos de provocación puede dar lugar a una canción nacida de la espontaneidad. Pero no se equivoquen, no todo el mundo está para ir componiendo cancioncitas y los hay que se han quedado sin paciencia de tanto robo diario.
(*) elementos de la provocación:
a) que por «provocación» ha de entenderse toda acción, palabra o ademán tendente a excitar, hostigar o incitar a otro, despertando en él la agresividad innata e inminente en la naturaleza humana; b) que dicha provocación, además de inmediata, ha de ser adecuada, lo que comporta, por una parte, que se apta para que, de ordinario y en el hombre medio, despierte la acometividad referida, y, por otra, que sea proporcionada o correlativa a la reacción del provocado, de tal modo que su virtualidad atenuatoria cesará cuando dicha reacción sea desmesurada o excesiva y supere ampliamente la entidad y gravedad del acto presuntamente provocativo; y c) que no entra en juego dicha atenuante en los casos de riña, pendencia, pelea o reyerta mutuamente aceptada cuando además no conste quién la inició o determinó ni de quién partió el reto o desafío dirigido al futuro contrincante y aceptado, expresa o tácitamente, por éste, toda vez que, en tales casos, además de ser recíprocos y mutuos los actos que excitan y enfurecen al adversario, no se dirigen realmente a ese fin sino que tienen una naturaleza defensiva y ofensiva al propio tiempo encaminada exclusivamente a dominar al otro contendiente y a lograr la victoria en el curso de la pelea entablada.
dimarts, 29 de juliol del 2008
Arqueología jurídica: el por qué de la censura
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