Hola otra vez!
Es inusual que escriba tan seguido en el blog. En esta ocasión, una lectora de Els ploramiques me ha enviado los comentarios que le sugiere la obra. No contiene crítica negativa alguna, más bien todo lo contrario. Se trata de un juicio subjetivo y por tanto, también juegan otros elementos, pero algunos detalles trascienden el comentario del libro, nos acercan reflexiones importantes que anclan nuestro pensamiento con nuestro mundo, lo conectan trazando unos lazos invisibles de los que nos hacen libres porque nos mantienen unidos al otro.
El comentario de Melitta me ha parecido digno de publicación por varios factores. En primer lugar es una académica con un harto recorrido que conoce las claves de la lingüística y la creación del imaginario (esto primero lo acabo de descubrir, pues hasta entonces era la tierne e interesantísima madre de un amigo y compañero de batallas). Académica y estudiosa, amante del conocimiento, pero no rígida, pues además es una entusiasta y empedernida lectora: le gusta que la desplacen a otras realidades, que es lo que mejor sabe hacer un libro, y eso la convierte en una mujer muy generosa. Por otro lado, su historia personal es muy rica en experiencias y tiene ya cierta visión histórica de cómo viene andando este mundo y hacia dónde se mueve perpetuamente, conoce bien cómo son los movimientos humanos a niveles macro y micro. Melitta ha vivido la distopía mucho más de lo que podríais imaginar, y por eso no deja de soñar con un mundo más libre, más amable. Es gracias a personas como ella que no hemos perdido ninguna batalla, porque nuestro fuero interno está lleno de deseos que, con frecuencia, salen al exterior y nos hacen ofrendas llenas de ternura.
Os dejo con el comentario de Melitta no sin antes animaros a que os deis unos cuantos paseos por el yo y el nosotros con total libertad, que sigáis soñando y concilieis vuestros sueños con vuestra realidad.
A Carles Alonso, autor de Els
ploramiques (EP).
Comentarios y reflexiones que me ha
suscitado la lectura de tu libro.
En
primer lugar, tengo que decir que he disfrutado inmensamente
con la lectura de EP.
Pero
decir que me lo he pasado muy bien es una verdad a medias. Sería más
adecuado que con la lectura he tenido una experiencia a la vez muy
placentera, muy inesperada, y que ha venido a pulsar cuerdas de
alguna melodía muy conocida, muy antigua, y muy querida.
Tal
vez muchos de nosotros nos hacemos de vez en cuando algunas preguntas
que vuelven y vuelven, recurrentemente, aunque cambiando de forma
y aunque la intensidad con que nos obsesionan también vaya variando.
Me refiero a aquellas preguntas sociales y profundas que a veces
rumiamos en soledad y a veces llegamos a compartir, sea como
preguntas o como motivo de desesperación, adelantando una simplista
respuesta negativa, basada en el efecto opiáceo que provoca la
exposición frecuente a los medios de comunicación de masas
(ideológicamente siempre cargados a la tragedia social, al
negativismo generalizado, aunque la refuercen con pequeños hechos de
valor humano optimistas siempre sospechosamente individuales, de
preferencia como historias de niños, viejos o animales), pero que
rara vez nos abocamos a la difícil tarea de plantearnos con ánimo
de investigar a fondo, en nosotros mismos, en nuestro entorno, en esa
realidad no mediada por lo políticamente correcto. Son preguntas
como “¿Y qué pasó con la Utopía, o con el “hombre nuevo”?”
“¿Qué fin tuvieron aquellos viejos proyectos de hacer un mundo
mejor?” “¿Es posible realizar entre muchos algo que anhelamos de
manera tan íntima y tan simple como la complejidad que significa
vivir una vida mejor?” “¿Y qué posibilidad real de acercarse a
la perfección, o a la universalidad, o de extenderse o
profundizarse, tendría la construcción de una vida mejor? Y “en
qué consiste una vida mejor, y qué excluye, en la realidad, sea por
principios o por realismo simplemente?”
A
pesar de que podría considerarse un intento serio de responder a
preguntas como estas, el libro EP no abandona el humor, y el buen
humor, en ningún momento. Por otra parte, su tono ligero y
alegre no se presenta como algo que se haya agregado, como un extra,
por didactismo o deseo de hacer más llevadera una reflexión que
pudiera ser pesada. Al contrario, el libro es divertido porque el
autor se ríe de todo y de todos, incluso de sí y de sus propias
dudas y emociones, incluso de “los buenos” como de “los malos
de la película”, y aunque no sabemos si estamos entre los buenos o
los malos, nos vemos como material de chiste, pero la maestría del
autor consiste en que lo hace con tanto cariño que nos contagia con
su ironía benigna y su humor constante. Por hacer paralelos con
otros autores que el tiempo y las culturas compartidas han
consagrado, diría que es mucho más Rabelais que Swift.
Hablar
de culturas significa hablar de quienes las estudian, y aquí tenemos
al buen Gilliam representando a los científicos de todas las
escuelas, antropólogos, sociólogos, educadores enfrentados a los
peligros de no aprender el idioma de los estudiados, como
también los problemas que acarrea para las conclusiones
bienintencionadas que los estudiados hayan aprendido el idioma de
quienes los estudian. La comedia de equívocos entre el inocente
educado Bentham y su primitiva tribu de Spuo-tó me ha recordado la
experiencia de Agnes van Zanten. Esta socióloga de la educación, en
sus estudios sobre adolescentes que transitan entre la marginalidad
del barrio y la escuela, cuenta la sorpresa de los sociólogos y
educadores de su equipo de investigación cuando empezaron a
sospechar, que tanto los adolescentes como sus padres tenían un
sistema coherente de respuestas a las entrevistas que más que
revelar su propia realidad, retrataban con precisión la imagen que
ellos pensaban que los estudiosos querían oír. Incluso dominaban la
jerga psicológica, sociológica, antropológica, y la usaban con
toda soltura. Por supuesto, no sólo estaban bien fundamentadas las
sospechas de los estudiosos de que los estudiados conocían su jerga,
sino que pudieron comprobar luego cómo se servían de ella para
actuar según sus intereses, y los de su colectivo.
La
capacidad de deleitar con un asunto tan serio y complicado como las
relaciones sociales y la manera como anda o podría o no andar el
mundo probablemente tiene algo que ver con la relación que plantea
el libro entre utopía y humor. Sea porque se presentan como
divertidas, alegres o ridículamente solemnes, las utopías cuando se
plantean, cuando uno lee sobre ellas, suelen provocar sonrisas. Sea
porque evocan el placer de la vida buena o de la buena vida, sea
porque la risa y el humor nos construyen una distancia. Pero ¡ay de
que se concreticen los sueños en construcciones de actualidad
social!… pensamos en la Comuna de París o en la Segunda república
española, en Europa, en los sandinistas o en la UP chilena, en
América Latina y vemos enemigos externos. Pensamos en lo que se
convirtió la Unión Soviética o la Revolución Cultural en China, y
vemos el imperio de la traición. Ni enemigos ni traición dan motivo
para reír. Y sin embargo, uno llega al país de EP, y tanto los
habitantes de Utopia como del “Northern Globe” (¡ya sé que es
el nombre del periódico, pero encaja tan bien con el concepto de
“mundo occidental con la sede del poder hegemónico situada en el
hemisferio norte” y tiene una sonoridad y una brevedad que lo hacen
tan atractivo!) y, a pesar de que uno se siente en casa, o por eso
mismo, porque uno se siente en casa en ambos mundos retratados, brota
la sonrisa y el buen humor en cada párrafo. El primer capítulo nos
mete en una novela. Pero en seguida salimos de la “historia” y
aparece “la realidad” retratada. Y Tanto Gilliam como la gente de
Spuo-tó se convierten en nuestros hermanos, un poco de nosotros
mismos, llenos de defectos y de dobleces, ¡pero tan queridos! Y son
queridos porque son como nosotros, un poco listos, aunque re-tontos,
un poco inocentes cuando nos pensamos sabios, mentirosos hasta cuando
decimos la verdad, educando a nuestros hijos con lo mejor de
nosotros, lo mejor de lo mejor, que nunca está exento de un poco de
maldad y de egoísmo mezclados en la solidaridad que pregonamos,
porque hay que hacer de todo para poder enfrentar lo terrible de la
vida y evitar la guerra, haciendo de nuestras faltas virtud, echando
a la broma lo que no tiene remedio, ¡porque qué remedio!
“Hay
que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás” escribió el
Che Guevara. Y EP nos recuerda que hay que construir utopías sin
perder la capacidad de distanciamiento en la intimidad que permite la
vida de familia (no necesariamente la familia patriarcal, ojo, que el
patriarcado es un mal mayor), la vida de una comunidad pequeña que
comparte proyectos de vida sin anular los proyectos y las realidades
personales fundamentales, justamente porque separa, porque une en
algo grande o pequeño, y respeta (reconoce la importancia) de lo
otro de los otros de los demás (de más y no de menos) entre los
que me incluyo por definición. Y todo esto me lleva a pensar si no
es justamente ahí, en ese momento exacto de la historia de la
construcción de todas esas utopías que empezaron por implantar
justicia o producción o esperanza o rotura de cadenas, y se tomaron
tan en serio que dejaron de respirar y se agriaron hasta la tragedia
más absoluta, porque cada fracaso humano es un fracaso social y cada
gran fracaso social es un enorme crimen contra la humanidad porque
corroe posibilidades (a diferencia de los fracasos con las cosas, que
por ser de pequeña escala nos permiten aprender de los errores).
Y
a su vez, todo esto me hace preguntarme si el error de todos los
intentos fallidos de grandes construcciones de utopías no reside
justamente en la falta de dialéctica de escalas y dimensiones y
distanciamientos: grande-pequeño, público-íntimo,
lejano-próximo, serio-risible, trágico-cómico, vivido-deseado,
futuro-presente, pasado-presente, no son opuestos y punto, sino
aspectos presentes de las unidades de la experiencia humana y de
la realidad. En la historia de las construcciones sociales con
aspiraciones de construcción de utopía (y en mayor o menor medida,
todas lo son), como en esta novela, EP, es aquel descubrimiento de
Gilliam, “la dualidad de todas las cosas”, lo que, cuando se
llega a realizar, se queda en el nivel de lo curioso, de lo estético
sin su núcleo ético.
(…)
la bufetada i el petó sovint es
troben a la mateixa galta. La mesura de la felicitat o la desgracia
és una qüestió de llàgrimes.
(EP: 57)
Tal
vez sea esto lo que hace más entrañable esta novela. Que en este
encuentro y desencuentro entre personas y culturas, entre presentes y
futuros, encuentro la verdad de lo que se conoce porque se ha vivido.
Forma parte de nuestra experiencia humana en el contacto con la
realidad. Y es que justamente la justicia, el amor, la felicidad, lo
maravilloso que es vivir, lo deseamos porque lo conocemos. En el
fondo lo que se desea, es porque ya lo hemos experimentado. Y es por
eso que nos oponemos a lo otro, a lo feo, lo malo, lo injusto y
llevamos “un mundo nuevo entre las manos” como dice la exégesis
en la pág. 1.
Esto
de decir por separado “experiencia humana” y “realidad” por
supuesto tiene que ver con tu novela anterior, en que una realidad
más grande o más pequeña que la humana, pero diferente, otra, nos
remite también a la experiencia humana en el viaje de una
experiencia estética a la vez asombrosa y entrañable. El relativo
acercamiento con la experiencia humana a escala más próxima a lo
conocido, a lo más usualmente percibido, le da a EP un aire de
madurez en la ficción, que no reside en la pérdida de la mirada
niña, sino en que forman ambas un conjunto más complejo.
Me
doy cuenta de que si sigo escribiendo mi comentario será más largo
que la novela. Cierro, pues, pero no sin antes expresarte, Carles, un
sentido agradecimiento por estos momentos de verdadero placer
que me han llevado a reflexiones y descubrimientos. Tu obra es un
momento de auténtica re-creación (me salgo de la percepción
corriente de mi realidad, pero luego de la experiencia de saborear la
lectura me vuelvo a meter en la corriente perceptual de lo mío, es
decir de lo nuestro y de lo otro, pero todo ha sido trastocado,
porque yo soy otra, nueva, más yo misma. Desde ya, ¡espero
ansiosamente tu próxima sorpresa para volver a recrearme… y las
otras que vendrán!
Con
cariño enorme,m
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