El ministro de Interior Fernández Díaz ha sido esta vez el vocero del Opus Dei, enunciando esa patética frase de 'el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer'. Es cierto, y es una muestra de su cinismo desmesurado. El matrimonio es una institución canónica y como tal es la secta católica la que la define. Su pervivencia en el sistema jurídico no es sino consecuencia directa de la preeminencia de la Iglesia a lo largo de la historia, que condicionó la formación y las características de los estados modernos.
Como muchas otras instituciones jurídicas, y con la ayuda ora de los monarcas y la hierocracia blanda dominante durante el siglo XIX, el matrimonio pervivió como figura jurídica de la convivencia entre personas, pasando por encima de la salud física y psíquica de aquellos que no obedecieron a los dictados de una sociedad patriarcal. De este modo, el matrimonio, que durante la república romana era un trámite para marcar el punto a partir del cual se presumía la paternidad de los hijos futuros, pasaría a formar parte de una tradición jurídica que otorga derechos al cónyuge, tanto en materia sucesoria como en otros campos como la fiscalidad y los derechos prestacionales.
En realidad, es el carácter acomplejado, dócil y sumiso de la izquierda la que ha mantenido el matrimonio como institución jurídica relevante a lo largo del siglo XX. Como institución canónica que es, el derecho civil del Estado no debería pensar su arquitectura teniendo en cuenta ese culto religioso. En contra, le ha ido sumando más y más efectos: las pensiones de viudedad, y muchos otros derechos de carácter económico que impregnan toda nuestra cultura cotidiana.
Es ese carácter decisorio en cuestiones económicas el aspecto más relevante del matrimonio canónico (con efectos civiles) y la pervivencia del matrimonio aunque sea en una versión laica, civil. El Estado, en vez de plantearse sistemas de asistencia y prestación de servicios con independencia de la situación canónico-familiar, ha ido poniendo parches a la situación tomando el matrimonio como excusa, como punto de conexión del Derecho y de los derechos. Las parejas de hecho y, más tarde, el matrimonio homosexual son trocitos de goma que se han puesto a un sistema jurídico comandado por la inercia y la sumisión a una historia manchada de sangre derramada por la Iglesia Católica en su paranoica lucha contra la libertad y el pecado (que considera indisociables) y su obsesiva persecución de todo el que se aparta.
Recuerdo todavía la estupefacción que recorría mi piel cuando en el primer curso de Derecho el Profesor Carles J. Maluquer nos explicaba que la diferencia más notable entre el matrimonio y la pareja de hecho era el tipo impositivo en materia sucesoria, que en la pareja de hecho se asimilaba a la de personas extrañas (no familiares), es decir, no intervenía porque no era el modelo de unión favorito del Estado. Manda ovarios.
Así que ahí lo tenéis, al ministro haciéndose eco de una charlatanería propia del manual de bullshitting más cutre y patético, invocando la definición religiosa de 'matrimonio' para, indirectamente, decir que los homosexuales no tienen derecho a casarse y disfrutar de los beneficios-parche que el Estado (que por si no lo recordáis, todavía es suyo, como la calle) otorga a las personas de bien que se casan como Dios manda, con una persona del sexo contrario.
Es miserable, sí, literalmente. Míserable no es mísero, es quien busca la generación de miseria. Es lo que intenta el ministro, el Opus Dei y todos los enfermos que poblan las instituciones de los estados 'desarrollados', llevar a la miseria a los homosexuales y la gente que quiere disfrutar de los mismos derechos que él con independencia de sus inclinaciones afectivas (afectivas, porque el sexo no es sino una de las expresiones del afecto, del amor). Al Partido Popular le gustaría arrebatarle a las personas LGBT el derecho a disfrutar de una pensión de viudedad, los derechos sucesorios y los beneficios sociales que lleva aparejado el matrimonio. Y pensadlo bien, el matrimonio no lo van a tocar y despojar de todo su poder de control de la vida social. Si iniciaran la reestructuración del ordenamiento jurídico para hacer del matrimonio algo irrelevante perderían su capacidad de control sobre la vida de las personas. No lo permitiremos.
El Constitucional me inspira menos confianza que un zorro hambriento en un gallinero, pero por esta vez nos va a permitir dedicarle al Partido Popular un sonado
QUE SE JODAN!
Bueno, en realidad, eso es lo que hacen en privado, pero ya me entendéis, lo decimos en sentido figurado...
Solo les falta decir eso de Mi Tesoro...
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