diumenge, 6 de gener del 2019

Los Reyes Magos de verano

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Los Reyes Magos de verano (publicado en Cuentos raritos)

Santa Claus montó en cólera cuando Rudolph le leyó el informe de la expedición. Las pesquisas no habían tenido mucho éxito, de los tres reyes magos sólo pudieron localizar a uno, los otros dos estaban en paradero desconocido:
- ¡Sois unos inútiles! ¡Atajo de desgraciados! ¡Se acercan las navidades y otro año tendré que soportar quedar en segundo plano por esos malditos imbéciles, con sus camellos y sus pajes anticuados! ¡Por vuestra culpa! ¡Aaaggghhh!!!
- Pero, señor, hemos surcado todos los mares, hemos escudriñado bajo cada piedra...
- ¡Calla! ¡Tus malditas excusas me dan dolor de cabeza! ¡Da la orden de parar toda la cadena de producción y no continuéis hasta que tengáis en vuestro poder a los dos monarcas! -hacía varios años que el agradable abuelito había mutado en un insoportable gruñón al ver que los Reyes Magos todavía tenían un trato preferente y recibían los encargos más lucrativos.
- Sí, señor, a sus órdenes, señor -asintió el reno antes de retirarse, con los nervios prácticamente destrozados, a dar la orden a la cadena de montaje.

Según el informe, Melchor y Baltasar habían desaparecido como por orden de magia. En un primer momento, Santa Claus creyó que alguna filtración les había puesto sobre aviso, y esta suspicacia había incrementado su ya monumental enfado.

Gaspar (I). El anciano se contentó con hacer desaparecer al único Rey que habían podido capturar, el Rey Gaspar, de Sabá. Siguiendo las órdenes de Santa Claus le llevaron al reino de los muertos. En el mismo momento de lanzarle al abismo del Hades, el monarca pudo dar un grito de espanto y desesperación pensando que, tal vez, alguien lo habría escuchado...

Entonces, si sólo habían encontrado a Gaspar, ¿qué había sucedido a Melchor y Baltasar?. Acercaos y os explicaremos con exactitud los hechos acontecidos en los reinos de Tarsis y Seba.

Melchor (I). Melchor había enviudado hacía tiempo y se sentía muy solo. Todas las mañanas salía a dar un paseo por la orilla del mar, para saborear la belleza de la playa y disfrutar de largos paseos bajo el sol, pero su energía para vivir se estaba agotando.

Un día, mientras paseaba, creyó escuchar unos cantos divinos y la curiosidad le llevó hasta un acantilado donde divisó a una mujer cantando. La mujer en cuestión era una sirena que se había entretenido a peinar su largo cabello. El Rey le susurró una melodía y sólo por ese motivo le permitió sentarse a su lado. Conversaron largo rato con gran profundidad y un alto grado de intimidad, hasta el punto que el monarca le confesó la decadencia de su estado de ánimo. La sirena le desveló el secreto de su longevidad, pues contaba ya varios siglos de edad, y le dio a beber de su pecho, cuya leche tenía propiedades mágicas: alargaba la vida y le otorgaba más calidad a lo vivido, pues contenía una sustancia que estimulante de la alegría y promovía la felicidad.

Con el paso de los días, la amistad del gran señor y la reina del mar se hizo más simbiótica, pues él aportaba algo de interés a la aburrida vida de la sirena y ella le ofrecía el " elixir de la vida "; Esa relación se transformó en foresis de forma prematura. En efecto, el Rey requería cada vez mayores cantidades de leche y llegó un punto en el que la sirena se negó a seguir abasteciéndoselo. Él, sin embargo, ya no podía prescindir de la leche, así que apresó a la sirena contra su voluntad. Entonces ordenó construir una prisión submarina para ella en el acantilado donde la había encontrado por primera vez. Enajenado por el síndrome de abstinencia, cuyo poder era mayor que la capacidad de persuasión del canto de la sirena, mandó atarla de forma que sus pechos quedaran en la superficie para poder amorrarse a placer.

Cada día que pasaba, la sirena estaba más debilitada. La enloquecida adicción del Rey acabó por matarla. Melchor necesitaba esa leche como el aire mismo y preso de su locura dejó el reino en medio de la noche para marcharse en busca de otra sirena. Cuando Rudolph y los otros renos llegaron al reino de Tarsis los súbditos no sabían del paradero del soberano. Los miembros de la corte estaban desorientados, pues faltaban pocas semanas para el reparto de los juguetes y el Rey se había ido sin dejar rastro. Todos imaginaron que, sin el elixir de la vida, se habría dejado arrastrar hacia la muerte o que habría padecido algún accidente en una disparatada aventura mar adentro. En vista del panorama, los renos siguieron su camino, esta vez en busca del tercer rey.

Baltasar (I). La historia de Baltasar no es menos agitada. El Rey vivía en su palacio sin preocupaciones. Allí la corte le tenía a salvo del populacho, que no parecía estar muy contento de su situación. Las personas humildes tenían que trabajar horas y horas, ellos y sus hijos, por pequeños que fueran, pues así lo ordenaban los señores que gobernaban las tierras del reino, en nombre del Rey. Todo esfuerzo resultaba insuficiente para mantener una corte opulenta, que nunca parecía satisfecha.

Todo el peso de la campaña de Navidad se cargaba sobre los hombros de los súbditos. Sus niños enfermaban o morían a muy corta edad, las epidemias eran corrientes y no disponían de hogares bien dotados, la comida escaseaba; el invierno era terriblemente duro y en verano la canícula era devastadora. Esas condiciones eran el caldo de cultivo más propicio para el descontento y llegó el día en que dijeron <>, a un mes de la campaña de Navidad, pues la presión ya era máxima. El pueblo había sido exprimido sin compasión y la olla a presión en que se había convertido el reino acabó por reventar.

Durante la revuelta se apresaron a los caballeros y se asaltó el castillo del Rey. Unos y otros corrieron diferente suerte, en función de su fama. A los más crueles les devolvieron los castigos y a los indiferentes les expulsaron sin mediar juicio ni ponderaciones. El Rey no estuvo exento de venganza: para él y toda su corte también se decretó el destierro. Una vez eliminados todos los estratos de poder real, proclamaron la <>. Las plantas de producción fueron abandonadas, y partieron el territorio en parcelas, adjudicando una parte igual a cada familia. Una parte de los ciudadanos se dedicaron a la industria y la otra a los negocios profesionales y los servicios.

Los primeros meses parecían felices pero en el fondo de sus corazones latía la pena de saber que aquel año muchos niños no habían podido disfrutar de los juguetes que, pese a la explotación que sufrían, elaboraban con cariño y dedicación.

Entre tanto los renos habían acudido en busca del Rey y quedaron atónitos con las explicaciones de los ciudadanos de Seba que acompañaban con ardientes deseos para con el monarca: "por nosotros, como si se muere" ; o " eso, que se lo coman los buitres ", decían antes de escupir con muy malos modales. Después recorrieron el reino, preguntaron a unos y otros, ofrecieron recompensas pero nada funcionó: parecía que al Rey se lo  hubiera tragado la tierra y, conociendo la ironía del destino, podemos decir que no andaba muy lejos de correr ese riesgo...

Todo discurría con normalidad hasta que un pastor llegó emocionado y les relató la siguiente historia:
" ¡Escuchad, escuchad todos! Me he encontrado al Rey en las montañas, vagabundeando, buscando raíces para alimentarse, todos le habían abandonado, se encontraba triste y deprimido. No entendía por qué le habíamos expulsado del reino y entonces le expliqué lo ocurrido. Sus se inundaron cuando le relaté los tratos a los que estábamos sometidos. Los viajes, la corte y la habilidad de los señores que tenía a su cargo le habían ocultado nuestra desgracia; y nuestros incrementos de producción se le habían presentado como un logro de la gestión económica. Según me contó, no tenía la menor idea de la realidad devastadora que nos arremetía fuera de palacio. Creed cuanto os digo, el Rey lloraba por el sufrimiento que hemos padecido, sus lágrimas eran sinceras ".

El relato del pastor apenó a todos por igual, pero no querían renunciar a su nueva conquista. Tras largos días de debates y conversaciones privadas, el gobierno accedió a permitirle la entrada al Rey bajo tres condiciones: se integraría en la República como un ciudadano más, sin privilegios ni más comodidades que el resto y asimismo se le permitiría gestionar un pequeño negocio de fabricación de juguetes que cada año podía repartir a su riesgo y ventura con los hombres que decidieran acompañarle, siempre a cambio de una remuneración justa. En el exterior, podía seguir disfrutando del título de Rey a título honorífico pero no ostentaría ninguna potestad asociada a tal denominación.

El Rey y algunos de sus más fieles acólitos se organizaron para crear una sociedad limitada. Al fin y al cabo, la república respetaba la propiedad privada y la libre iniciativa privada y esa era la forma en la que se podía dar continuidad a la tradicional tarea de abastecimiento de regalos que durante años había llevado a cabo el Rey. Después de todo, la imagen comercial les pareció válida: El Rey Baltasar, juguetes y regalos, S.L. Tenía mucho trabajo por delante si quería tener una buena oferta comercial durante las próximas navidades. Pero las malas noticias no tardaron en llegar a Seba...

Obviamente, la campaña de navidad ya había pasado y los niños del mundo entero habían derramado ríos de lágrimas, pues ese año los reyes no habían aparecido, ni en las cabalgatas ni en los balcones. Parecía que habían dejado algunas golosinas y pequeños obsequios. La mayoría hicieron examen de conciencia y, entre sollozos, prometieron a sus padres portarse mejor durante el año que acababa de entrar, pero enseguida corrió el rumor de que los padres habían sido los artífices de las dulces migajas que se habían encontrado y la pena se convirtió en odio. Las paredes de medio mundo aparecieron llenas de pintadas: " Reyes Magos traidores " , " Los reyes son los padres ", "monarca bueno, monarca .... ", ejem, por desgracia Santa Claus ya se encargaba de esa parte. Y, por cierto, el viejecito barrigón sonreía con satisfacción. A pesar de no haber dado todavía con los reyes, parecía que su camino se había allanado solo y, aunque seguía buscándoles, respiraba tranquilo. “Nunca volverán a ser tres, y aunque reaparecieran su imagen pública ya no será la misma”.

Gaspar (II). La confianza de Santa Claus sustentada en la irreversibilidad de los hechos tenía los días contados. El grito de auxilio que había lanzado Gaspar antes de caer tenía una peculiaridad que asiste a todos los sonidos fruto de la desesperación, una graduación que situaba al sonido en unas escalas de frecuencia más generosas que ciertas criaturas podían percibir. En efecto, el Grinch movió los ojos de lado a lado al escucharlo y empezó a investigar su origen. En pocos días ya pudo componerse, hablando con unos y otros, el plan de su eterno enemigo, y se decidió a  poner fin a la demencia del <>, que era como le gustaba referirse a Santa Claus. Pero no sabía cómo debía actuar para ir en su ayuda, así que decidió buscar ayuda.

Andó un par de largos días hasta llegar a la guarida de la Bruja del Norte, experta en asuntos del más alto nivel y, tras pagar el precio convenido por el <>, se dispuso a escuchar sus consejos. Los tiempos estaban cambiando y la bruja era toda una profesional: su agujero de toda la vida se había convertido en una oficina informatizada y sus canas ahora lucían un 'look' atractivo. En una reunión técnica le presentó todos los detalles que debía conocer para emprender la misión que se había propuesto. Gracias a un sustancia líquida brillante que le presentó como "un milagro de la biotecnología"; podía ingresar al reino de los muertos durante 24 horas, que en el reino de los vivos computarían como 6 meses; después de ese periodo de tiempo ya no podría regresar. Gracias a las cualidades de las células madre embrionarias que incorporaba el compuesto también podría devolverle la vida al Rey; pasadas las 24 horas, las células se volvían oncógenas y, si no habían encontrado la salida, ambos quedarían atrapados por la eternidad en el reino de los muertos.

Satisfecho con la consultoría, el Grinch se fue, no sin antes mostrarle a la Bruja del Norte su extrañeza por el giro que había adquirido su forma de trabajar y de presentarse ante los clientes: " lámame clásico o anticuado si quieres, pero a mí me gustaba más lo de antes. Este 'marketing' del que hablas es sólo humo, acabarás perdiendo a los clientes de toda la vida, ya sabes, a los que nos gusta el trato familiar y, si quieres llamarlo así, el folklore: la escoba, las pócimas y todas esas cosas; antes resultaba más acogedor ". La Bruja del Norte se quedó pensativa, había ganado nuevos e influyentes clientes pero tal vez el Grinch estaba en lo cierto, el calor de los viejos amigos y el encanto de los encargos con trazas de esoterismo se estaban desvaneciendo...

Melchor (II). A pesar de haber recibido alguna noticia acerca de lo sucedido, al Rey Melchor la Navidad ya le era indiferente, desesperado como estaba por las delicias de sirena. Nada le importaron los llantos de los pequeños, las pintadas en las paredes o el halo comercial que quedaría de todas las tradiciones milenarias si caían en manos de tipos como Santa Claus. Además, ese año Gaspar no le había comunicado que pasaría a recogerle y se autodisculpaba con la idea de que tal vez la tradición había sido abolida o había entrado en decadencia y ya no tendría sentido la repetición inopinada del reparto de regalos. Él estaba entregado a su nueva causa, que no era otra que encontrar leche de sirena. Viajaba aquí y allá, siempre al borde del mar, al borde de su propia existencia.

Baltasar (III). Las noticias sobre la súbita caída en desgracia de la imagen de los Reyes Magos cayeron como un jarro de agua fría en Seba. El Rey Baltasar, distribución de juguetes y regalos, S.L. tenía algunos problemas burocráticos y fiscales, que si una licencia por aquí, que si un impuesto por allá; todo eran problemas para el "ciudadano emprendedor" que se creía ahora el rey. Las instituciones habían aprobado una normativa pesada con un cálculo filosófico inaudito, pues creían estar en disposición de otorgar una respuesta legal a cualquier tipo de problema, pero esas pretendidas soluciones pronto se convirtieron en unos grilletes hechos con papeles y letras.

Las cosas empezaron a ir mal, su nueva república había empezado a desarrollar los peores vicios: especulación urbanística, corrupción, amiguismo, clientelismo. Los peces grandes devoraban a los pequeños y pronto la relación de fuerzas volvió a parecerse a la antigua: unos pocos acaudalados y poderosos imponían sus condiciones a la gran mayoría, que no podía hacer otra cosa que obedecer. Se volvían a sentir esclavos. Lo peor de todo era que esa esclavitud ya no era fruto inequívoco de unas élites crueles, ¡habían sido ellos mismos los que se habían metido en el atolladero! La tierra daba poco beneficio y pronto se quedaron sin terreno para cultivar y sin agua para beber, puesto que toda se había destinado a la obra civil y la obra pública. Por desgracia, ni el asfalto ni los tochos podían alimentarles y en poco tiempo su situación ya era peor que la de partida. Seguían trabajando como burros y a menudo implicaban también a los menores, que crecían en un ambiente enrarecido de pobreza y trabajo a destajo. El infierno, se cercioraron, ya no era una alegoría, estaba delante de sus narices cuando abrían las ventanas. El nuevo Estado no difería mucho de la monarquía absoluta que le había precedido.

El Rey Baltasar no se inmiscuía ya en asuntos políticos, pero desarrolló una pequeña teoría que les permitía una lectura positiva de la situación y una salida con los conocimientos filosóficos y prácticos que había aprendido durante su reinado. Sin ser dogmática, parecía una forma de comprender el mundo muy sensata y no pusieron reparo en acogerla como símbolo de la continuidad de su comunidad. Una nueva proclamación dio lugar a la "Tierra Libre de Seba. Solidaridad, Libertad, Tranquilidad". Cambiaron las Leyes por Advertencias, los Tributos por Ofrendas y los Cargos y Oficios por Dedicaciones. Dimensionaron mejor las necesidades y las posibilidades que tenían, volvieron a cultivar los campos y crearon nuevos equipamientos públicos, desapareció lo privativo y la privación.

En todo este esquema, El Rey Baltasar, distribución de juguetes y regalos, S.L. pasó a ser una actividad más pero mejor dotada y más apoyada por la población, que sentía nostalgia de los tiempos en los que recibían cartas de los niños explicándoles sus aciertos y errores, y les respondían con recompensas o penalizaciones, así que todos quisieron participar de nuevo en la empresa colectiva a la que habían consagrado su historia.

La felicidad llegó de la mano de la vocación, que les daba un nuevo aliento. No tardaron mucho en preguntarse qué había sido de los otros reyes y decidieron coordinarse con ellos para continuar con la tradición del reparto de regalos y, por qué no, les querían proponer hacer el reparto al que ese año habían faltado.

Melchor (III). De Gaspar nadie sabía nada, pero sobre Melchor corrían algunos rumores un tanto desagradables. Ciudadanos de Seba y Tarsis conformaron una delegación diversificada y fueron en su búsqueda, conscientes de que, si le encontraba, necesitaría ayuda de todo tipo. Llevaban alimentos, medicinas, y expertos de todas las disciplinas que creyeron necesarias. Una avanzadilla de lo que antes había sido la policía de Seba acudió al reino de Sabá. Allí todos los súbditos contaban la misma historia: según ellos, el Rey se había suicidado. Algunos intuían la verdadera realidad pero resultaba vergonzosa y en extremo humillante. Los renos, llevados por la codicia y el servilismo ante su cruel amo se habían creído el cuento del suicidio, pues les venía bien para dar por cumplidos sus objetivos. El cuerpo de investigación de Seba, en cambio, no estaba satisfecho con esa explicación, creían que la responsabilidad de hacer felices a los niños no se podía abandonar sin más.

El equipo de rescate no encontraba a Melchor, que seguía su rumbo inerte con un pie en este mundo y un pie en el otro. En su desorientada  investigación ya había poco espacio para la certidumbre y decidieron, en un intento desesperado, consultar con la Bruja del Norte, que les desveló el paradero y el estado del Rey. Asimismo, les administró un mejunje extraño con el que, según aseguraba, podrían curar la profunda adicción que había desarrollado hacia la leche de sirena y que hasta el momento se habían negado a aceptar.

Algunos no daban mucho crédito a los " inventos estrafalarios de una vieja loca y fea que se prodiga por ahí con una escoba voladora
", pero otros siguieron el camino que les había indicado, convencidos de que " su aspecto no debe confundirnos, si lleva siglos en el negocio será porque sabe lo que hace, es un trabajo artesanal y se merece el máximo reconocimiento ". La Bruja del Norte les urgió a actuar con premura, el tiempo se acababa para el Rey.

Le encontraron tirado en una playa, al borde de los límites del reino y... de la vida. Le administraron la solución de la bruja y, para sorpresa de unos y satisfacción de todos, fue eficaz y eficiente. En unos instantes el Gaspar volvía a ser el Rey y, al recobrar conciencia, preguntó con los ojos empañados en lágrimas: "¿ya pasó la Navidad?".

Gaspar (III). Después de cinco largos meses esperando, el Grinch apareció exhausto llevando a hombros a un desfallecido Rey Gaspar. Los peligros que habían tenido que afrontar y los obstáculos que superaron les obligaron a iniciar un proceso de recuperación que duró dos largas semanas. Cuando recobraron la salud, les explicaron todo lo sucedido en el Reino de Sabá y las intenciones de Baltasar. De esta manera, y una vez había recobrado la energía, recuperaró también la ilusión y se dispuso a emprender el viaje para encontrarse con los otros dos reyes.

Melchor, Gaspar y Baltasar (IV). El equipo que había ido a buscar a Melchor tuvo un arduo trabajo a realizar: rehabilitó por completo al cuerpo y a la persona, le transmitieron la importancia que durante milenios había tenido su función y le devolvieron el ímpetu que antaño había atesorado. Le convirtieron en un hombre nuevo, más consciente de su lugar en el mundo y en los corazones de los niños. No albergó ninguna duda acerca de la importancia de la misión que debían recuperar y se pusieron de camino en poco tiempo.

Para cuando llegaron todos a la Tierra Libre de Seba, las cartas habían sido leídas, los regalos preparados, los recorridos planificados y los camellos acondicionados y alimentados para emprender el viaje. Como en los viejos tiempos, se propusieron repartir todos los regalos en una sola noche. Fuera cual fuera, ese día sería también un día especial, y la sorpresa sería aún mayor que de costumbre.

Y así fue, un 19 de agosto los niños del mundo entero despertaron y se desperezaron rodeados de los regalos que habían solicitado en navidades. Tarde, pero a tiempo. Junto con los regalos, los Reyes Magos dejaron una nota escrita para todos y cada uno de los niños que decía:

“La magia no se puede buscar,
ella nos embiste;
el secreto consiste
en nunca dejar de esperar”