Sócrates se levantó y se quedó unos segundos en la cama. Vivía en la superstición de que levantarse de golpe podía causarle la muerte por síncope, o eso decía. La realidad era que su mente tenía la agilidad de un perezoso. Mariela se despertó y acto seguido se incorporó, se calzó las zapatillas y le soltó lo que venía pensando hacía días:
- Sócrates hace días que quiero hablar contigo, esto no va bien.
- ¿Cómo? Pero si ayer follemos.
- Follamos.
- Vale, perfecto.
- ¿Perfecto qué?
- Follar, me gusta mucho follar contigo. Si quieres follar por última vez ahora me va bien.
- Que no, coño, que se dice ‘ayer follamos’, no ‘ayer follemos’. Es pasado... como nuestra relación, ya forma parte del pasado.
- Ayer follamos y hoy me dejas. No lo entiendo, mi amor.
- Ves, ahora lo has dicho perfecto. Ayer follamos y hoy me dejas. Sí, te dejo, aunque ayer folláramos.
- Lo he dicho como una situación, ‘ayer follamos’ porque si fuera pasado sería ‘ayer follemos’. Follemos.
- No, no follaremos más, ni besos, ni caricias ni desastres.
- Mariela, mi amor, dame otra oportunidad.
- Necesito café y tú necesitas un par de neuronas más. No voy a seguir desperdiciando mi vida tratando de arreglar tus lagunas mentales, son demasiadas para mí.
Él se acercó y, con gesto amable, trató de acariciarla, sin advertir que entre ellos se alzaba majestuoso el bote de cristal donde guardaban el café. Cayó al suelo, se rompió y el café quedó esparcido por el suelo, sin remedio.
- ¿Ves lo que has hecho?
- Sólo quería acariciarte, mi amor, lo siento.
- Lo siento, perdona, ha sido sin querer, no volverá a pasar. Harta, estoy harta.
- Pero, cariño... -se desplazó unos centímetros, pisando un trozo de cristal y cortándose un dedo del pie, lo cual llevó a un grito, que se siguió de un ‘lo siento, podemos arreglarlo’.
La escena acabó con un portazo bien sonoro propinado por Mariela, harta de los constantes inconvenientes de los que se rodeaba Sócrates, que no habían hecho más su primera aparición del día. Estaba tan acostumbrado a los avatares del destino que ya no le molestaba vivir al día, entomando lo que llegara sin preocuparse: nunca sabía qué día era, ya le importaba todo bastante poco. El teléfono sonó. Sócrates se acercó. La batería no se había cargado en toda la noche porque dejó el cable mal conectado, però le regaló el tiempo suficiente para ver que quien llamaba era su hermana. «¡Mierda, la boda de Joana!» precedió una sesión de cura rápida de la herida, una recogida rápida de la cocina, el planchado exprés de la camisa nueva tras su primer lavado. Se vistió de traje y corbata, y tomó lo de siempre: las llaves, la billetera y las pastillas mágicas. «Mierda, mierda, mierda». «El cargador, el cargador, tengo que coger el cargador, ya veré dónde lo enchufo»
Había demasiado tráfico para ser sábado, lo cual le llevó a no pocas dudas. «¿Es sábado, hoy es sábado?» Sí claro, era sábado, el día de la boda de Joana. Entró en el coche distraído en estos pensamientos sin prestar atención a nada más. Al arrancar casi abordó el coche que entraba, que no podía ser otro que el de la presidenta de la escalera. «¡Mira por dónde vas, capullo!». Sí, se consideraba el colisionador de marrones del mundo que mantenía el equilibrio del caos. Como es obvio, iba muy justito de gasolina y antes de llegar a la iglesia donde se celebraba la boda sonó el chivato de la gasolina. Al entrar, todo el mundo sintió un tremendo alivio. El último en llegar, con más expectación que la novia, cuyo rostro tenía expresión de «siempre dando la nota». Sin el padrino no se podía oficiar la boda.
- ¿Y Mariela? -preguntó la novia.
- Me ha dejado esta mañana.
- ¿Cómo?
- Si, a mi también me ha extrañado. Ayer follemos.
- Follamos.
- Por Dios, Joana, que soy tu hermano.
- Se dice follamos.
- Follemos es cuando lo pides, lo ofreces o lo ordenas, me lo ha dicho Mariela.
- También, però en pasado se dice ‘follamos, ayer follamos’.
- Da igual, con Mariela ya no follaré más, es lo que me ha dicho.
El conductor de la ceremonia y señor de la parroquia les interrumpió para no saber lo que estaba pasando allí, ya que había escuchado alguna palabra suelta y la cosa no tenía la mejor de las pintas. Interrumpió y comenzó su discurso. «... es cometido de los cónyuges respetarse y amarse más allá de las desavenencias, pues el amor verdadero reside en el respeto mutuo, la comprensión y la capacidad de perdonar. Resistir al ajetreo del azar es la garantía que ofrece el matrimonio. Veo a los novios interesados en que este viejo charlatán acabe su tarea, però antes de besarse, deben colocarse las alianzas mientras se prometen amor eterno». El final picarón del discurso del sacerdote le dio la pista a Joana. Sócrates era el encargado del anillo, «¡noooo!, ¿por qué no pensé en esto?». Le miró con aire desafiante, temiendo que aquel fuera el final de la ceremonia.
Sócrates la miró con aire de seguridad. Aquella la tenía bien estudiada y la posibilidad de error había sido reducida a su mínima expresión (en el caso de Sócrates tampoco servía de mucho, claro, pero fingió haberlo superado en esta ocasión). Tan buen punto recogió el anillo de la joyería lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Sin embargo, una variable nueva había aparecido en el camino, como piedra que se rompería en dos para propiciarle dos golpes de una sola tirada. El cable del cargador se lió en sus dedos mientras extraía la caja con el anillo, llegando a las manos de la nerviosísima Joana, que se disculpaba ante el Padre José «disculpe, es que mi hermano es un poco despistado, temía que no llevara la alianza». Sus manos temblaban un poco, así que el religioso ofreció las suyas para assistir a Joana, y allí empezó a forjarse la hecatombe.
Unidos en el enredo habitual de los cables, que caracterizaba la gestión de estos asuntos por parte de Sócrates, las risas nerviosas empezaron a surgir de sus bocas. Y como habituado a socorrer a su inminente esposa, el aspirante a marido, quiso poner de su parte, formándose un triángulo azaroso. Y, alianzas mediando, el trío descendió del altar a trompicones y acabó por los suelos, sin más inconveniente que una pequeña herida sangrante en la cabeza del cura que, por prudencia, fue trasladado al hospital, no sin acabar de oficiar el enlace desde la camilla de la ambulancia, asegurando que se encontraba en perfectas condiciones para trasladar la bendición de Dios. Se despedía asegurando que «el poder de Dios es la mayor de las gracias, y ningún contratiempo puede anularlo, los cónyuges han sido acogidos en su divino regazo».
«Me deja mi novia, casi le destrozo la boda a mi hermana, no puedo más». Sócrates se tuvo que separar del gentío para poder echar algunas lágrimas al aire. No le quedaban fuerzas para celebrar nada, así que volvió a su coche y puso rumbo a casa. Había visto unas obras en el trayecto de ida, però el tráfico no estaba restringido. No podía saber que a las 10 empezarían los trabajos y la carretera quedaría cortada. Tuvo que dar una vuelta excesiva, agotando todo el combustible de su vehículo, que quedó aparcado junto a una silla y una sombrilla. Pidió auxilio a los coches que pasaban, sin éxito. Hasta que uno se detuvo a su altura. Cuando ya tuvo la sonrisa compuesta bajó una chica y el conductor se dio el piro sin pensarlo, embadurnándoles de polvo. La prostituta le insultó y le hizo la peineta perdiendo para siempre a un cliente que por otro lado tampoco iba a volver.
- Ya veo que tengo cola -le dijo Marylin, con voz sensual-. Enséñame la tuya, cariño.
- No, lo siento, no he venido a pedir sus servicios, mi coche se ha quedado sin combustible.
- ¿Follamos? -le dijo mientras se acercaba a su cara y le tomaba la barbilla con una expresión que confundió, tal y como era frecuente en su percepción errónea de la realidad.
- No, tu y yo no hemos follado nunca.
- No, digo ahora.
- Entonces tendrías que haber dicho ‘follemos’.
- Eso sería en el pasado.
- No, en el pasado tú y yo no hemos follado. Si es pasado es ‘follamos, hemos follado’, pero si lo estás proponiendo se dice ‘follemos’.
- Estás en lo cierto, me acordaría de ti -le dijo mientras le miraba con ojos falsamente hambrientos-. Bueno, ¿quieres follar o no? 25 la mamada, 50 completo, las perversiones tienen complemento y no hago chaladuras.
- No, lo siento, no tengo el día. No es por ti, es por mi. Te puedo pagar, pero por otra cosa. ¿Cuánto me cobras por dejarme hacer una llamada?
- ¿Por una llamada? Una mamada son 25, así que si cambiamos una ‘m’ por dos ‘l’ serían 35.
- 15.
- Hecho.
- Gracias, ha sido una suerte encontrarte.
- Eso me lo dicen todos, cariño.
Marcó el número de Mariela sin conseguir hablar con ella. Repitió la operación 3 veces bajo el escrutinio de la titular del número. Nada. Era el único número que se sabía de memoria, porque lo había tenido que apuntar muchas veces (dejaremos la explicación para otro momento). Al no haber obtenido respuesta le pidió a Marylin un último favor. Aceptó con reservas supeditar la siguiente prestación de servicios a que el cliente le acercara a él a una estación de servicio. «Por cada cliente que pierda el taxímetro ira subiendo, cariño». Sólo tuvo que indemnizarla por el fiasco de un cliente, el segundo estaba tan cachondo que tuvo que aceptar el trato. Se la hizo chupar en la misma gasolinera, frente a un Sócrates tentado a pedirle el viaje de regreso mientras llenaba la garrafa, aún a sabiendas que el traje nuevo podía llevarse un regalito muy jugoso, del que no pudo percatarse hasta horas después en forma de condón enganchado a la falda de la americana.
Le devolvieron al lugar de origen, tomó el coche y ya no volvió a saber nada más de Marylin. Mariela volvió a llamar unos minutos más tarde.
- Hola, cariño, al habla Marylin. 25 la mamada, 50 completo, las perversiones tienen complemento y no hago chaladuras.
- Me he equivocado -dijo una voz de mujer.
- Espera, cariño, tu debes ser la novia de Sócrates, se acaba de marchar.
- ¿Cómo? Me parece alucinante, no ha tardado ni cinco horas en irse de putas, pues mira, fóllatelo tantas veces como puedas, y si puedes arruinarle, mejor. Menudo gilipollas.
- No, cariño, creo que te equivocas. No follemos, cosa que lamento.
- Follamos.
- ¿Quién, tú y yo?
- ¡No! Dios, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Otra igual.
- Oye, bonita, te me tranquilizas y ve directa al grano, que no tengo todo el día.
- Me has llamado tu.
- No, te ha llamado tu novio. Por cierto, que iba bien guapo.
- La boda...
- No le hacía conjunto con la cara de pena que lucía, ¿no le habrás dejado plantado en el altar?
- No, no, era la boda de su hermana. Se me había olvidado por completo. Al final me ha contagiado de su despiste.
- Cariño, ¿quieres que te dé un consejo? Aunque no sepa decir bien los verbos, no hay hombre que pase más de dos minutos conmigo y consiga resistirse. Ese hombre solo pensaba en una cosa y te puedo asegurar que no era follar conmigo. Estaba triste, cariño, era la cara de un hombre desolado.
-Es un desastre, Marylin, me desespera.
- ¿Sabes qué desespera? Que el padre de tus hijos te deje después de engancharse a todas las drogas que existen y te deje colgada con tres niños pequeños, que empieces a prostituirte para poder pagarle los chutes cuando viene con el mono a amenazarte y conseguir ahorrar un poco para cambiar de país porque siempre te encuentra. Eso es un desastre cariño y, mira, sigo viva. De milagro, pero sigo viva, y mis hijos también. Así que no me hables de desastres. Tienes todo el derecho de dejar a un hombre, aunque sea porque te sale del coño, pero no me hables de desastres.
Mariela colgó y regresó a la casa. Encontró a Sócrates sentado en el sofá, llorando mientras cargaba el móvil.
- Siento lo de esta mañana, he perdido los nervios. Si estás enfadado tienes toda la razón para estarlo, además hoy era la boda de tu hermana y me había olvidado por completo. Además... follemos.
- Follamos, ayer follamos.
- No me expresado bien. ¿Quieres que follemos?