Cualquiera
que haya leído Los
lloricas Els
ploramiques ,
se habrá dado cuenta rápidamente de que es un relato, básicamente,
de que se encuentra ante una obra de literatura no comercial. El
hecho de autoeditar es una salida digna al periplo de negativas o, en
el mejor de los casos, abusivas condiciones de las editoriales. Te
relega, como sabemos, a la marginalidad, te deja al abrigo de las
buenas intenciones y el poder adquisitivo del círculo de amigos y
familiares que te quiere apoyar. Sabes que en la mayoría de los
casos el libro se va a quedar en una estantería a dormir
eternamente. Pero es una salida digna, a mi entender, al canon
comercial que marca las publicaciones comerciales. Es un DIY de
obligado cumplimiento: te lo maquetas tú, lo imprimes por tu cuenta
y lo distribuyes como buenamente puedes, puesto que la negativa de
los libreros a distribuir (y aún menos, leer y recomendar) este tipo
de lecturas acaba siendo una respuesta, en ocasiones, desagradable. En el mejor de los casos, te ahorras la inversión gracias a una buena campaña de crowdfunding (que la mayoría no sabemos plantear) o dejas el escrito libre para descarga gratuita, a pesar de los problemas de distribución y lectura real que comporta.
Nadie está interesado en descubrir un talento nuevo, sólo interesa
vender el libro que pide el cliente, el que encontrarás anunciado
aquí y allá. Porque todo el mundo parece confiar en ese filtro que
tantas y tan buenas distracciones nos ha dado hasta el día de hoy.
La
distracción. Esa es la clave. Un pasaje de La isla, de Aldous Huxley
me recordó la diferencia fundamental entre el entretenimiento y la
distracción. Aunque ambos conceptos pueden tener un resultado
parecido, es evidente que existe cierto matiz que la convierte en
relevante (la obra, por si queréis saberlo, me pareció un tostón que
no ha superado el paso del tiempo, y que no tenía en cuenta algunas
ideas que en su época ya circulaban como el manifiesto Unabomber,
aunque un buen ensayo sobre cómopensar la utopía -en mi opinión, Huxley tenía un concepto fordiano, usando los registros de su Mundo Feliz, y desprendía un liberalismo anglicano del que nos sigue llevando a la desgracia). Estamos
acostumbrados a ver obras, literarias o cinematográficas que tienen
una moraleja, que la básica lucha entre el bien y el mal,
simplificada al máximo, aparece al rescate de una historia adornada
con una relación amorosa que sin ese tinte progre de valores sería
el único aliciente. Aún con todo, el entretenimiento no deja de ser
entretenimiento y sirve de base a esa vertiente de la relajación, la
alienación que, con una disculpa temporal bastante poligonera,
recibe el nombre de evasión. Queremos escapar de nuestro día a día
un ratito. Qué curioso que siempre sea por la noche... para luego
volver a la realidad en la que hemos decidido no intervenir o hacerlo
de modo subsidiario.
La
literatura no comercial no necesita los ejercicios clásicos de la
literatura convencional, comercial. No necesita una tensión sexual
irresuelta, no requiere de obstáculos para perso9najes épicos o
cotidianos, no le importa carecer de ese bajón que precede el acto
heróico. En realidad, la literatura no comercial está poco
preocupada, incluso por el perfilado de los personajes y mucho menos
por el paisaje de los miles y miles de adjetivos usados hasta la
extenuación, que van a adornar una descripción hasta el último
detalle, aunque no tenga interés en absoluto para el resto de la
obra. Personalmente, me gusta que haya personajes, porque hacen que
sucedan cosas y toman decisiones, y cierto hilo, un poco de trama,
pero cuando lo que quieres es provocar una reflexión que lleve al
sujeto activo a la acción, el regalo no tiene por qué estar bien
empaquetado, basta con que sirva a su fin y disponga de todas las
herramientas necesarias.
Mientras
escribía Los traficantes me di cuenta de que maté al malvado en el
tercer capítulo y, lejos de constituir un intento de rebeldía
infantil, lo hice porque quería crear un escenario de vacío de
poder, en el que fueran necesario reflexionar sobre el futuro, sobre
la necesidad o no de tomar decisiones, y cómo se tendrían que
ejecutar. Cosas así son las que me impulsaron a matarle. Un tirano
habría sido útil en un sentido práctico porque habría podido
crear una historia de sublevación, mucho más comercial sobre todo
si la mantenía hasta el final o la llevaba al límite. Sin embargo,
mi voluntad era otra. Las prioridades no son ni el dinero ni la fama
ni las ansias de llevar mi pensamiento a todos los rincones porque
tampoco soy un superhombre. Mi intención es mucho más difusa. Es
posible que no sepa ni yo por qué escribo, lo único que sé es que
no dejaré de hacerlo.
Mirad,
acabo de encontrar en esta frase la forma ideal para finalizar este
escrito, abruptamente, sin necesidad de justificarme. Mi voluntad es
otra.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada